martes, 28 de agosto de 2007

Cartas, fuguras y personajes: Una respuesta a la modernidad

Ensayo
Una aproximacion a las sociedades contemporáneas

Luis Alfonso Herrera Robles y
Juan Manuel Fernández Chico

Introducción
Entender las sociedades contemporáneas
Hace poco más de un año, en el verano del 2006, surgió una idea que en un principio parecía poco prometedora e interesante en la relación que iniciaba en un curso de Antropología Social y se concretaba en otro de Sociología Contemporánea. El regresar a la tradición epistolar y el uso de la correspondencia que tiempo atrás autores clásicos de la sociología y otras ciencias explotaron como unidad de comunicación generando el debate, consenso, disenso y construcción de teorías y corrientes de pensamiento, nos parecían lejanas y poco familiares para nuestra pobre tradición fronteriza, alejada de las publicaciones recientes, los libros de actualidad y el desconocimiento de quienes guían las nuevas posturas y de quienes defienden las viejas. Nos encontrábamos inquietos, curiosos, pero alejados al fin de cuentas de las sociologías del resto del mundo.

En uno de los casos, la salida al extranjero por estudios de postgrado nos convenció de que el debate y la discusión tendrían que ser de forma epistolar. Como en el pasado, las presentes correspondencias también obedecieron a la reducción de la distancia, pero en esta ocasión el moderno uso del correo electrónico agilizó y facilitó la recepción de los textos. El compromiso y la disciplina nos acercó a lo que por separado desde hacía años tratábamos de entender: El comprender la sociedad contemporánea desde nuestra ciudad. De alguna manera el recurso que teníamos a la mano era el de la escritura.

La escritura como práctica de las ciencias sociales es de vital importancia para la generación de nuevas categorías y unidades de análisis que nos ayuden a comprender las sociedades contemporáneas en las que vivimos, ese fue el compromiso y el afán de estas cartas. En un primer momento, como autores, nos sentimos atraídos por la idea de discutir uno de los debates de la Sociología Contemporánea: Nos referimos al argumento que cuestiona desde hace décadas la entrada a la postmodernidad y el considerar a la modernidad como un proyecto agotado y cancelado. Autores como Habermas y Lyotard representan las dos posturas.

Para algunos autores, la modernidad es un proyecto inacabado. Por otro lado, los llamados postmodernos anunciaban la llegada del fin de la modernidad (con bombo y platillo) y la inauguración de una era postmoderna llena de incertidumbre, caos, ambivalencia y riesgos, todos estos conceptos que se entrelazan categorizando a las sociedades contemporáneas de todos los lados del planeta. Pero para nosotros el debate no nos explicaba del todo cómo se estaban dando estas transformaciones, pasajes o tránsitos, que implican la modificación de las formas de vida de millones de personas. Incluidas las nuestras.

En un primer momento, nos comprometimos a la revisión bibliográfica de una serie de autores y sus libros que estuvieran en el centro o periferia de manera primaria o secundaria en el debate que nos servia de guía para la discusión. Nos acercamos a muchos autores, nos familiarizamos con sus propuestas y aún así, no convencidos del todo, decidimos explicarnos las modernidades, la postmodernidad y recientemente la hipermodernidad, a través de personajes y valores. Ese salto digámosle metodológico nos permitió comprender mejor cómo se habían dado las transiciones y pasajes de una era a otra.

En el camino encontramos distintas categorizaciones o formas de nombrar las transformaciones de las sociedades contemporáneas. Entre las que destacaban las llamadas sociedades del riesgo (Beck), las sociedades de la información (Castells), las sociedades de consumo (Bauman, Sennett) o la manera en que se enlistaba a los tipos de modernidad; la primera y segunda modernidad (Beck), la modernidad organizada (Wagner), y la modernidad líquida (Bauman).

Por otro lado, el proyecto que se supone desplaza o sustituye a la modernidad también tiene sus promotores: la postmodernidad (Lyotard, Maffesolli, Vattimo, Foucault, Derrida, Deluze, entre otros) que es entendida por sus defensores desde una crítica de la modernidad, hasta la lógica cultural del capitalismo tardío, salvaje o flexible. Otros autores como Perry Anderson que sólo se dedican a tratar de introducirnos sus premisas y puntos de partida. A la postmodernidad le han seguido propuestas como la del sociólogo francés Guilles Lipovetsky, quien asegura el fin de lo postmoderno y la entrada a la hipermodernidad basada en el hiperconsumo y el hiperindividualismo. Como vemos los prefijos están al orden del día de los autores.

Conceptos como sociedad postindustrial (Bell y Touraine), dieron paso a categorías o elementos como el posfordismo y toytismo que sustituían al viejo fordismo y taylorismo de la primera modernidad. Los cierres epocales y la apertura de nuevos tiempos que se caracterizaban por la precariedad, los nuevos pobres, la marginación, la pobreza extrema, la movilidad (de todo tipo), la flexibilización, la nueva división internacional del trabajo, el neoliberalismo y la globalización, nos decían que podíamos intentar explicar todos estos rasgos con el uso de figuras, representaciones sociales, personajes y sus valores.

Así nacieron don Severo, don Modesto y don Prospero, que junto a los valores de la severidad, la modestia y la prosperidad-progreso, nos describen de forma sencilla y comprensible cómo se había dado la primera modernidad. A estos personajes y valores les siguieron Agustín, Valentín y Arturo considerando que la angustia y la valentía de estos personajes eran características de la postmodernidad tan anunciada o para la llamada segunda modernidad. Se decidió publicar cortando las correspondencias, para dar paso a la elaboración de una obra más completa y sistematizada donde se incluyan más personajes y sus valores para describir, analizar y comprender lo que la modernidad, postmodernidad e hipermodernidad nos ha traído al caso especifico de Ciudad Juárez. Ese será el compromiso académico posterior a esta publicación.

Se pensó en construir nuestro propio debate sobre la modernidad y la postmodernidad con el compromiso de evidenciar las transformaciones de las sociedades contemporáneas y ver cómo estos cambios estructurales se pueden encontrar y explicar en nuestro propio contexto fronterizo, y de paso contribuir al desarrollo de una sociología de la frontera. Es importante destacar la inclusión de la literatura como unidad de análisis, como aquello que no complementa, sino que forma parte de ésta explicación tan buscada y que de alguna manera noble y afectuosa nos enriquece. Creemos que la tarea que hemos iniciado es acertada, incluso podemos afirmar que ninguno de los autores revisados y citados explica la modernidad y la postmodernidad con el uso de personajes y valores como lo hacemos nosotros.

Ciudad Juárez, Chih., a 29 de julio de 2007


Correspondencia I

Carta 1
Personajes y valores de la primera y segunda modernidad


Luis Alfonso Herrera Robles
Docente de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Estimado Juan

En días pasados, a decir verdad casi un mes, te comenté de mi intención de escribir un ensayo que partiera de la idea de dos figuras que nos pueden ayudar a entender la modernidad en términos de lo que ésta ha producido para las sociedades contemporáneas. Así, creo haber encontrado en dos personajes (don Severo y don Modesto) las figuras para representar socialmente los pros y los contras de la modernidad que hemos debatido con anterioridad.

Como podrás leer más adelante, trato de evitar el concepto de postmodernidad al igual que algunos de los autores a los que hago referencia, pero confesando la imposibilidad real y práctica del cometido ya que como tú bien lo sabes, el debate no se puede dar sin la presencia de lo posmoderno como contraparte de la modernidad.

Tú sabes cuales han sido mis inquietudes académicas en las últimas de mis lecturas y autores, por eso sé que a la gran mayoría de ellos los conoces, si no es que los dominas con mayor soltura que yo. Me interesa este tipo de comunicación un poco más tradicional porque me obliga a escribir de manera organizada y meticulosa, aun y cuando no dejan de ser estas cartas más que ensayos cortos de ideas durante algún viaje o periodo vacacional, recuerda que la pequeña Valeria Alitzel no me deja escribir holgadamente.

Espero que puedas contestar a la brevedad posible mi carta-ensayo para saber tu punto de vista y que intentemos después de tu respuesta publicar de manera conjunta o seriada estas ideas que no creo deberían quedar en un dialogo tan reducido. Me gustaría socializar este escrito con algunos de tus compañeros, ya que creo puede ser un buen inicio para provocar la lectura, escritura y discusión de conceptos, textos, ideas o ensayos.

No comento más el contenido del escrito para no distraer tu lectura con antecedentes o prejuicios. Prefiero que puedas tener de primera mano los contenidos que ya se responderán de tu parte. Recuerda que la intención es propiciar la escritura y reflexión de otras formas de explicar la sociedad contemporánea que nos rodea. De ser analíticos ante los cambios de la teoría social, pero sobre todo de la sociología como primer interés académico de mi lista.

De buena fuente sé que, desde la clase donde tuve la oportunidad y gusto de tenerte como alumno, seguiste apurado con lecturas y la afanosa actitud de la escritura. Leí tu ensayo publicado en la revista de estudiantes de sociología y creo sinceramente que podrás aportar al análisis social ideas innovadoras para poder constituir esa sociología de frontera que hemos platicado. En verdad me gustaría que esta carta sólo sea el inicio de una duradera correspondencia, pero sobre todo productiva y útil para el resto de los que gustan de la sociología.

Aprovecho para recomendarte algunos textos que me han ayudado a despejar dudas y paradojas del discurso posmoderno y han puesto mayor interés a mis autores sobre la modernidad; me refiero a un libro de Scott Lash llamado Sociologías posmodernas donde describe la postmodernidad como un paradigma de lo cultural. Además de un texto de Richard Sennett, La corrosión del carácter: Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, donde afirma que el individuo pierde su carácter dentro del nuevo capitalismo a partir de cambios radicales en el trabajo como forma central de organizar la vida en sociedad, eso que yo cito como precariedad en este ensayo y Bauman lo describe en el paso de una ética laboral moderna a una ética posmoderna basada en el consumo dentro de su libro La ética posmoderna.

Bueno Juan, espero que esta carta tenga la repercusión que yo espero y que puedas contestarme continuando esta idea de don Severo y don Modesto como representaciones de la segunda modernidad o que respondas abriendo otras figuras, binomios, dicotomías o cualquier cosa que tú encuentres desde tu atinado punto de vista.

Te saluda, tu amigo Luis Alfonso

Dos figuras de la modernidad: don Severo y don Modesto

Toda la bibliografía existente, al menos la que he podido leer en su totalidad o parcialmente, coinciden en ligar la modernidad a la salida de un mundo agrario donde la tierra y la posesión de ésta fue el centro de lo que precedió la nueva edad impulsada por los avances tecnológicos, revoluciones como la francesa de 1789, la reforma del siglo XVI en el orden de lo religioso, el humanismo y la Ilustración como movimientos intelectuales y artísticos que proponían una nueva estética para la representación del mundo.

Muchos autores europeos, norteamericanos y latinoamericanos debaten desde hace algunas décadas con otros teóricos de lo social sobre la vigencia de la modernidad. La contrapropuesta o aquello que desplaza o de plano sustituye a esta modernidad apareció según algunos como la lógica del capitalismo tardío, esta postmodernidad que tiene que ver con el plano de lo cultural, no termina de explicar al individuo en sociedad dentro de la modernidad, por eso creo necesario nombrar o personalizar a los sujetos sociales para representar cómo impactó la modernidad desde su llegada hasta su presumible cancelación.

Una manera simple de explicar la modernidad puede ser con lo que expone Alain Touraine en el prologo de su libro Crítica de la modernidad donde afirma lo siguiente: la idea de modernidad, en su forma más ambiciosa, fue la afirmación de “el hombre es lo que hace” y por lo tanto, debe existir una correspondencia cada vez más estrecha de la producción, la organización de la sociedad mediante la ley y la vida personal, animada por el interés, pero también por la voluntad de liberarse de todas las coacciones. Y Touraine se pregunta ¿en qué se basa esta correspondencia de una cultura científica, de una sociedad ordenada y de individuos libres si no es por el triunfo de la razón? Sólo me permito aclarar que el sociólogo francés habla de la razón científica y no de la razón filosófica de los clásicos.

Otra forma de ver la modernidad es en plural, al igual que lo hace Josetxo Beriain en su investigación sobre lo que él llama Modernidades en disputa, asegurando que no se puede leer o hablar de la modernidad como algo único o en singular. Este autor español propone el concepto modernidades múltiples para entender el mundo contemporáneo como programas culturales. Si nos damos cuenta, al final de todos los discursos sociológicos contemporáneos, tanto los autores de la modernidad como los de la postmodernidad tienen como última estación de llagada lo cultural como punto de encuentro y a su vez de desencuentro.

Una vez expuesto lo que entendemos a manera general por modernidad, dejemos claro que la idea central del ensayo pretende resaltar las dos figuras que como parte del capitalismo flexible (Bauman, 2003) salen a relucir como elementos de la llamada segunda modernidad, me refiero a don Severo y don Modesto que aun y cuando recibieron estructuralmente los valores de la primera modernidad, quedan atrapados en la segunda versión de ésta como ya lo hemos enunciado.

Estos personajes no son propios de una sociedad contemporánea en específico, al menos en las occidentales y occidentalizadas, sino que los podemos encontrar convencidos (don Severo) o resignados (don Modesto) en todas partes de Europa, África, Asia y América Latina. Los recursos materiales como evidencia de status o posición social son representados como la acumulación de la que fue capaz don Severo y de la no-acumulación de don Modesto.

Lo material se convierte en diferenciador social en términos de Bourdieu, la lógica del consumo ponen a don Severo en el top ten de la modernidad alejando de la lista de ganadores a don Modesto. Los objetos culturales como los objetos ordinarios califican o descalifican, acreditan o desacreditan a su poseedor asignando su condición de clase dentro de la sociedad. Podemos entender que don Modesto no logró en el orden de la acumulación ni del consumo lo que don Severo aseguró para sobreponerse en esta relación de clase.

Todo lo anterior lo podemos enunciar mejor si lo enmarcamos dentro de una economía cultural, la cual supone: 1) relaciones de producción específicas de los objetos culturales; 2) condiciones específicas de recepción; 3) un marco institucional particular que media entre producción y recepción; y 4) un modo particular de circulación de los objetos culturales (Lash, 1997). Es importante esta explicación ya que como lo llama Bourdieu, la distinción funciona como diferenciador social y la legitimación de clase se declara en el gusto por los tipos de consumo cultural. Esta teoría del gusto de nueva cuenta declara a don Severo socialmente mejor posesionado en la escala social gracias a su estética burguesa.

Por otro lado, el trabajo como actitud meramente productiva pasó a ser la potenciadora social. Si recurrimos a Thorstein Veblen para dejar clara esta idea podríamos decir, como lo afirma el autor en su Teoría de la clase ociosa, que, don Modesto atrapado desde temprana juventud en los grandes centros de trabajo industrial, padeció el apabullante fordismo y posteriormente el taylorismo declarándolo operador calificado y fijándolo así a su condición modesta.

Es decir, Modesto sería en Veblen el personaje no ocioso, el industrial, el productivo, en sí, el homo faber. Por lo cual, Severo representa al burgués típico no productivo ni faber, sino intelectualmente ocioso, que dejando al cuidado de su cuerpo gerencial su industria y confiado en la reproducción de sus ganancias se dedica a la práctica del los deportes (golf, caza, pesca, equitación, entre otros) como consumo de su abundante tiempo libre. Una vieja relación incestuosa entre ocio y deporte que Norbert Elias trabajó en una especie de sociología del deporte.

Don Severo supo “aprovechar” lo que el capitalismo o tardocapitalismo le puso en las manos para beneficio personal. Aun así, don Severo y don Modesto siguen estando altamente relacionados, el trabajo es su liga más fuerte ya que don Severo garantiza el trabajo de don Modesto. A la vez que don Modesto garantizó las ganancias de don Severo. La verticalidad de esta relación sistémica permite el status quo en lo general del capitalismo tardío dentro de la segunda modernidad en Beck.

La paradoja de estar tan socialmente distanciados y a la vez tan productivamente ligados es una de las representaciones de la modernidad. En el corto plazo, don Modesto estará localmente condenado a la incertidumbre y el riesgo de la sociedad contemporánea, al igual que don Severo lo estará en la nueva lógica del capitalismo flexible que pondrá en la cuerda floja a su mediana empresa ―incluyendo a sus trabajadores― en este renglón, la tardomodernidad no hará distinción entre empresario y operador, de alguna manera, como dice Beck en su teoría del riesgo, el riesgo es democrático al no distinguir entre rico y pobre.

Aun así debemos de tener cuidado, pues aun y cuando la incertidumbre y el riesgo efectivamente se hacen sentir en pobres y ricos, ni don Severo ni don Modesto tienen las mismas posibilidades de afrontarlos con las mejores condiciones para hacer frente al torrencial de contingencias que esto trae consigo.

La precariedad del trabajo y vida en don Modesto

En un principio Modesto se incorporó como todo joven a la industria en calidad de obrero, su salario le garantizaba el sostén de su esposa e hijos, además de permitirse salir a pasear los fines de semana y hacer algunas compras fuera de lo ordinario-doméstico. Incluso pudo dar educación a sus dos hijos. Sin embargo, el taylorismo dejaba su auge y entraban en disputa países como Taiwán, Hong Kong, Korea del Sur y Singapur (los llamados tigres asiáticos), esto repercutió negativamente porque se segmentó la producción representada en la internacionalización del capital, la nueva división internacional del trabajo y una reestructuración geográfica de la producción como tradicionalmente se hacia antes y en la posguerra.

Países como E.U., Japón y los miembros de la Unión Europea (UE), pasaron parte de los procesos productivos a otros países en busca de mano de obra barata, bajos aranceles y un sindicalismo blanco que de manera pasiva controlara a los nuevos trabajadores del capitalismo flexible de las cuatro últimas décadas. Son entonces la movilidad y la flexibilidad características de esta otra cara del capitalismo.

Hoy día, millones de Modestos se incorporan al sector productivo en estos países subalternos (o envías de desarrollo como los nombra el G-8, entre los cuales se encuentra principalmente China, India, Brasil, México y Sudáfrica) pero bajo el posfordismo y el toyotismo que revolucionó la industria a nivel planetario. El resultado es que el trabajo se hace más precario y con ello la calidad de vida baja, estos neomodestos difícilmente podrán tener parte de la seguridad social de la que gozó don Modesto.

No podrán mandar a sus hijos a las universidades públicas, a lo mucho darles entre 5 a 9 años de escolaridad según su lugar de origen vivirán en la incertidumbre provocada por la movilidad de sus trabajos, sobre todo cuando China e India ofrecen su mercado y con ello el laboral con millones de trabajadores como mano de obra barata y con un activismo hacia lo público casi nulo. Una característica de lo que se avecina son los nómadas laborales que Beck enuncia en su libro Un nuevo mundo feliz: La precariedad del trabajo en la era de la globalización.

La precariedad del trabajo y de la vida misma son los componentes de esta segunda modernidad que, apoyada en el capitalismo flexible, muda de acuerdo a sus potencialmente conocidas conveniencias. El deterioro de las condiciones de vida y del trabajo son evidenciadas en el mundo entero: en Europa aparecen los tres sin. Los sin techo, los sin trabajo (parados) y los sin papeles; del otro lado, en América Latina aparecen los sin tierra, además de millones de desempleados. Por último, en el mismo E.U. (la tierra de las oportunidades) se habla de una tercerización como proceso interno de una clase media a la baja. Pero el extremo se encuentra en África y el Asia Menor donde las guerras tribales y la ausencia de instituciones políticas y sociales sólidas, todo se desmorona.

Para Europa, Ulrich Beck plantea una interesante pero dramática tesis: la brasileñización de occidente (Beck, 2000). Consiste precisamente en esta precariedad laboral (para los que aún tienen trabajo) y la sistemática perdida de dignidad humana en cuanto a calidad de vida se refiere. Beck abona bastante en este sentido, es decir, denuncia desde su conocida teoría del riesgo como las consecuencias de la modernidad en cuanto a lo ambiental, social, político y económico se hacen presentes en todo el mundo.

Bauman, un conocido sociólogo polaco, escribió hace algunos años un pequño libro llamado Comunidad, en el cual muestra de manera clara el vaciamiento de la vieja comunidad o del viejo comunitarismo donde, al estilo de Durkheim la solidaridad mecánica tiende a desaparecer. Esa comunidad en la que creció y vivió don Modesto, al menos como él la conoció, ya no existe. Lo que podemos encontrar son los neotribalismos o neocomunitarismos que presenta en sus tesis Michel Maffesoli.

La comunidad de don Modesto y el individualismo de don Severo

Es ambivalente pero muy cierto que la primera modernidad creó para los miembros de esa sociedad una comunidad segura que llena de solidaridad, cooperación, reciprocidad, colaboración, entre otros; también creó un individualismo poco comunitario que se declaró como forma única de sociabilidad. Parte de estos elementos de la idea de comunidad han sido recuperados por los sociólogos estadounidenses como Coleman, Lin y Putnam en su teoría de redes. La industria permitió la seguridad y protección suficiente para alejarse de la solidaridad que garantiza una comunidad.

Por un lado el sindicato, la “clase obrera” y el centro de trabajo, arroparon a millones de trabajadores; por otro lado, millones de trabajadores se sintieron libres de navegar solos el mar de la primera modernidad. El individualismo institucionalizado sitió a la comunidad y cuando la precariedad tan anunciada por fin arribó, la comunidad que buscaron los apegados al individualismo ya no existía más.

Así, podemos buscar a don Modesto como parte de esta comunidad y a don Severo como parte del proceso de individualización en la era de la globalización. Por eso la insistencia tan tenaz de Michel Maffesoli por rescatar estos fenómenos en sus libros llamados El tiempo de las tribus y El nomadismo; vagabundeos iniciaticos.

Donde en el primero plantea cómo una especie de neotribalismos se representa en neocuminitarismos para resistir al individualismo postmoderno producto de las nuevas tecnologías. En el segundo plantea el problema mundial del inmigrante y de jóvenes y adultos aventurados a la vida nómada como viajeros con créditos de plástico producto del primer mundo de donde pareciera, en cuanto a los migrantes se refiere, creo que su movilidad y flexibilidad los hace presos en un país ajeno (Estados Unidos) a la explotación laboral. Estos jóvenes que de manera no voluntaria se desplazan a otros países e incluso continentes son la contraparte de los mochileros con dinero plástico y muchos de ellos con goce de una seguridad social aún no vista en la gran mayoría de los países subalternos.

Las enunciaciones de Maffesoli a este respecto intentan leer los desplazamientos y la creciente movilidad social que la globalización trae consigo, si bien es cierto, desde el siglo XV y XVI aventureros portugueses, españoles, holandeses, ingleses, entre otros, tuvieron afanosamente esta curiosidad por lo “exótico”, no es hasta hoy que millones de seres humanos cambian de residencia y sin capacidad de retener alguna cosa sólida de esta modernidad líquida (Bauman 2000) se desprenden de casi todo para flexibilizar su capacidad de movimiento.

La vieja Europa se arropa entre los grandes edificios de gobierno e iglesias pero dejando claro que son amos en el deporte de la modernidad; la Europa, América, y África de la generación de don Modesto y don Severo mutaron con la llegada de las revoluciones tecnológicas, sobre todo la aparición del Internet como realidad virtual alternativa a las sociedades del riesgo global y sus consecuencias humanas.

Para don Modesto pasaron sus mejores años, donde el orden gobernó junto a la idea de progreso de los primeros antropólogos profesionales de Europa. Al igual que don Severo que fundó su carácter y severidad en la era industrial más cómoda en términos de certidumbre.

Como nos dice Octavio Ianni en algunos de sus textos: la violencia es elemento característico de las sociedades contemporáneas, esa violencia que gana espacios en la cultura y se convierte en estructural. Toma Brasil como el mejor ejemplo para dar cuenta de ello. La violencia endémica paraliza las noches de muchas ciudades de América Latina donde el crimen organizado ya usa métodos y armas que sólo los Estados estaban autorizados para manipular. En México recientemente podemos constatar una oleada de violencia por parte del narcotráfico en los estados de Tabasco, Michoacán y Guerrero. Más al sur, en Sau Paulo, bandas organizadas como parte de nuevos poderes fácticos azotan el transporte público y arremeten contra las autoridades locales matando agentes del orden. Recién leía de regreso a México la situación que vive Brasil y a mi llegada me entero de una nueva guerra en Medio Oriente entre Israel y Líbano que amenaza con extenderse a otros países.

Pero esta violencia que como uno de los viejos jinetes del Apocalipsis ahora recorre el mundo también aparece en Europa de manera más disimulada, lo cual no indica que deje de ser violencia. Uno de los sujetos de las agresiones son los inmigrantes despertando el antiguo mito del extranjero como enemigo de Carl Schmit. La violencia que plantea Ianni abona a la precariedad de la vida de millones de seres humanos incapaces de sentirse seguros y donde toda posibilidad por menor que sea se desvanece junto a la perdida real de la seguridad (pública y social) en todos los sentidos que pueda tener esta palabra. Precariedad y violencia entran en una relación simétrica como un acoplamiento estructural que se traduce en las sociedades de consumo.


Modestia y severidad: Procesos de distanciamiento y diferenciación social

Podemos observar que la modernidad presenta sus dos caras, la de la abundancia para unos cuantos y la de la precariedad para una creciente mayoría. Esta ambivalencia de la modernidad queda mejor explicada con el binomio Modesto/Severo y sus componentes modestia /severidad como valores propios de cada personaje.

La severidad de don Severo y la modestia de don Modesto son parte de las representaciones de la modernidad, cosas que permiten delimitarlos según su distanciamiento y diferenciación social. La relación es a mayor distanciamiento social, mayor modestia; y a mayor diferenciación de clase, mayor severidad.

La modestia en la que vive y acepta su condición social don Modesto está lejos de parecerse a la severidad y rigidez en cuanto a la seguridad se refiere, el extremo en el proceso de diferenciación social es el acceso a los bienes de consumo cultural y servicios de cada sujeto social o individuo dentro de la modernidad.

La herencia de la primera modernidad no garantiza la severidad como valor de segunda generación dentro de la modernidad tardía (segunda modernidad en Beck). Podríamos decir que la severidad como contenedor de certidumbre está en serio peligro de extinción. Ni en las ciudades de la Europa hiperurbanizada se tiene la garantía de esta severidad (del individuo, la comunidad y el gobierno). En Ámsterdam, Bruselas, Barcelona, Madrid, Londres, Berlín, París o Munich aparecen miles de parados (workless), los llamados sin techo (homeless) y los sin papeles (inmigrantes).

En esta parte podemos suponer, según sociólogos contemporáneos, que la modernidad tal y como la conocimos está en su etapa final o conclusiva.

La severidad y la modestia pueden aparecer en los dos personajes de este ensayo, pero se usan un tanto de manera arbitraria adjudicando a cada sujeto social un valor como parte intrínseca de su ser social y, a su vez, parte de su identidad. Don Severo puede llegar a tener modestia, pero aun así, en términos reales, esta sería una falsa modestia que no representa realmente su condición material y posición en la escala social. Lo mismo sucede con la severidad que don Modesto pueda llegar a adquirir, su severidad es discontinua y débil en cuanto la seguridad social, confianza social y certidumbre se refiere.

Para concluir, podemos pensar que la modernidad como parte de un proceso civilizatorio que incluyó desarrollo tecnológico, urbanización, revoluciones políticas y religiosas, entre otros, también creó para algunos beneficios y para otros daños y costos de tipo social incurables.

La aportación de este ensayo es la del uso del binomio Severo/Modesto para representar cómo la modernidad (la primera y la segunda) creó condiciones de vida confiables y agradables que le permitieron vivir con privilegios y ventajas a una parte de la población donde impactó la modernidad de los estados de bien-estar de Europa, pero que a otro gran y creciente sector de la población le trajo sólo lo suficiente para sobrevivir, teniendo un clímax de algunas décadas y después sumiéndolas en el desempleo, la movilidad, la precariedad y la desesperanza.

Luis Alfonso Herrera Robles, La Haya, Holanda a 9 julio de 2006.


Carta 2

Juan Manuel Fernández Chico
Estudiante del Programa de Sociología en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y del Programa de Literatura de la Universidad de Texas en El Paso

Estimado Luis

Aquí te dejo unas palabras...

Los libros, como dice Jauss, son provocadores de ideas, es decir que nos llevan de la mano por caminos que estamos a punto de inventar, o reinterpretar. En este caso, las cartas son más bien puentes en los que se construyen las ideas. Y cuando recibí la tuya, pensé en la larga tarea que debía hacer para responderla. Visualicé todos esos conceptos cambiantes: modernidad, postmodernidad, consecuencias, categorías, que pasaban rápida y tajantemente en tu carta. Intenté responderla ese mismo día, pero me fue totalmente imposible. Dejé a medias cada párrafo que empezaba, marqué algunos libros importantes y abrí la vieja correspondencia. Imaginaba este puente incompleto al borde del derrumbe, con una estructura enclenque y mal formada, vigas despostilladas y una orilla siempre lejana.

Empecé con una disculpa premeditada, pues me conozco y sé que me es imposible seguir el rigor académico al momento de escribir un ensayo; y a la vez porque al final de cuentas lo que te mandaba era una carta y no una tarea.

Comencé a escribir de tajo y las ideas me surgían solas; después vinieron las asociaciones literarias, los nuevos personajes, las conclusiones, las referencias. Poco a poco sentía que este lado del puente empezaba a tener forma, y la orilla lejana ya no era un reto sino un “asunto por cumplir”.

Cuando terminé, me di cuenta que era necesario no cerrar el tránsito de construcción de ideas, pues los puentes no pueden caer cuando se multiplican, porque ellos son caminos que cuelgan de un extremo al otro conectando los rincones del mundo.

Antes de la función

Discúlpame, Luis, por la extraña manía que tengo de buscar en la literatura las respuestas que estoy obligado a responder… pero es un mal necesario, o en todo caso un bien incomodo. Como sociólogo (probablemente no de oficio, pero sí de vocación) la objetividad al momento de pensar en lo humano (o lo social, que al final de cuentas, como dice un colega tuyo, todo lo que pasa en el mundo tienes ojos, manos, cerebro y responde a un nombre) es indiscutible y necesaria.

Probablemente sea por esa soledad caprichosa del escritor que la sociología se vuelve celosa y antipática, ese escritor que deja brotar las palabras como manadas salvajes descarrilando el orden de la ciencia. Pero bien lo decía Borges, el escritor un día, después de la rutina del oficio, simplemente descubre que no está solo. Y es ese despertar del escritor y esa libertad del sociólogo de dejar las duras amarras de la ciencia las que me hacen repensar mi vocación.

Y si mi obstinación por la literatura es recurrente en esta carta, es porque siempre he encontrado en ella los consejos más precisos y fieles.

Modesto y Severo: dos categorías humanas

Ahora que he terminado de leer tu carta, no se me hace extraño que acudieras a la analogía de dos personajes antagónicos que entre se escapan de sus realidades para colarse en las nuestras. Me recuerda a esa pequeña reflexión del poeta Jalil Gibrán en el que el Jesús de los cristianos se encuentra con el Jesús de Nazaret quienes, después de un larga platica, concluyen: “Amigo mío, me temo que nunca, nunca, nos pondremos de acuerdo”. O a la analogía que hacía el maestro Ferro Gay sobre el enano y el gigante cuando hablaba de la educación; o al libro de Mario Benedetti en el que Pedro, sometido a la maquina de la tortura por parte del gobierno, entra en una discusión moral con el Capitán, su torturador. O simplemente los personajes bíblicos como David y Goliat, quienes representan esa dialéctica humana entre los dominadores y los dominados. Aún Hegel y Marx ya hablaban de esa dicotomía entre el Amo y el Siervo, y el Proletariado y el Burgués. No, Luis, no se me hace extraño porque hablamos siempre de dos actitudes que viven en extremos aislados.

Tampoco se me hace extraño tu postura de estas dos figuras humanas cuando se habla de una modernidad que derrumbó esa igualdad invisible que habían creado los estoicos y los cristianos (es decir, todos somos iguales por la razón o frente a Dios) y lo sustituyó por el concepto de “ciudadano” proveniente de la revolución francesa de 1789, en el que el pueblo, manifestante de la soberanía del Estado, se convertía en el juez y protegido de un sistema benefactor. Y aún con este concepto de ciudadano, recordemos los movimientos antisistémicos que menciona Wallerstein que iniciaron a partir de 1848 con la conclusión de la revolución francesa.

Y es que don Severo y don Modesto, más que ser dos personajes comunes y corrientes, se vuelven un par de categorías incluyentes sobre las consecuencias de una modernidad poco equitativa. Porque los dos, tanto Modesto como Severo, dan vueltas, como tú lo dices, en dos diferentes versiones de la modernidad que no les permite distinguir otro horizonte. Modesto, el ciudadano-obrero, la base de la producción y sostén de los don Severos, dibuja una modernidad que cae en picada a una velocidad increíble. Por supuesto que no me extraña que ubiques a cada uno de ellos dentro de las dos modernidades de las que habla Ulrich Beck. Creo entender bien lo que quieres decir: los dos personajes no son consecuencia entre uno y el otro, sino complemento. Es como partir una manzana por la mitad y darle un nombre a cada parte. Pero pienso, en todo caso, que don Severo y don Modesto son parte de una misma mitad, o de un cuarto de la manzana dividida.


Pedro y El Capitán, dos figuras de la modernidad

En el libro de Benedetti Pedro y el Capitán, que ya había mencionado anteriormente por recordarme a tus dos personajes de la modernidad, existe un complicada relación entre el sistema dominador (es decir el gobierno) y los rebeldes (el grupo en que se encuentra Pedro, o Rómulo como le llama el Capitán/Coronel) que me parece se corresponden mucho con don Modesto y don Severo. En primer lugar, tú haces una importante caracterización de los dos personajes, atribuyéndole características muy peculiares a cada uno. Por ejemplo, don Modesto lo relacionas con un joven que entra a la industria como obrero, afectado por el fenómeno de la desindustrialización de Estados Unidos y la Unión Europea, con un carácter corroído por el capitalismo flexible como lo menciona Richard Sennett, sumergido en la precariedad por los nuevos sistemas de producción y su inútil lucha por salir de ahí. Después describes un don Severo oportunista, ocioso, aprovechado de una acumulación de capital heredada para desarrollar su industria, además de individualista.

Así es como yo entiendo a Pedro y el Capitán: ambos son parte de una correlación entre dos posturas diferentes del mundo. Pedro es pesimista en el sentido del filósofo español Fernando Savater; el Capitán es orgulloso y positivo. Pero la tortura, es decir la modernidad, es cuando el efecto atracción/repulsión entre los dos se vuelve parte de una dialéctica. Uno pelea por salir, y el otro para que nadie se vaya del juego. Pedro probablemente también venga de una industria extranjera, trabaje dos turnos y mantenga a una familia pequeña. El Capitán es parte del sistema burocrático, y su trabajo consiste en someter a los rebeldes a través de la tortura. Don Severo y don Modesto por lo tanto son como estos dos personajes de Benedetti: Un amo y un esclavo unidos por un lazo invisible de diferencias abismales, que los amarra del cuello sin oportunidad de respiro.



El fin de la modernidad

Esa complicada cosa llamada modernidad es como el dictador de la novela Maten al León de Jorge Ibargüengoitia, que logra sobrevivir a un sinnúmero de intentos de homicidio por circunstancias ridículas. Y es que la modernidad, desde sus inicios, se vuelve parte de un sistema opresor/benefactor, que se presenta en público de una manera esperanzadora, pero que burocráticamente se endurece y se vuelve intolerante. Pero al mismo tiempo se convierte el blanco de aniquilación, logrando sobrevivir a cada uno de los intentos que se han hecho para acabarlo.

El arquitecto Charles Jenck, por ejemplo, habla de un día en específico cuando la modernidad arquitectónica se terminó: el 15 de julio de 1972, con el derrumbamiento de un complejo habitacional en St. Louis, al cual se le había llamado la perfecta y moderna “máquina para vivir”, por ser considero infuncional para que habitaran familias poco favorecidas. Václav Haavel, quien fuera presidente de Checoslovaquia de 1989 a 1992 y de la República Checa en 1993, anuncia el fin de la modernidad en 1969, cuando el primer hombre llegó a la Luna. Otros como Nietzsche con la muerte de Dios, y Lyotard con el fin de los meta-relatos. La modernidad del siglo XVIII no es la misma que la que hoy vivimos, o la de 1968. Hablamos de un montón de diferentes modernidades, con sus características únicas; con ciclos de vida que en cuanto terminan permiten la entrada a otro. El problema será saber cuántas modernidades son necesarias para que se llegue a una capaz de soportar los enormes problemas que acongojan al mundo (la pobreza, los problemas medioambientales, la escasez de recursos no renovables, etc.).


Los personajes de la postmodernidad

Desde la perspectiva binomial, Luís, con la que abordas las modernidades de Beck, también podríamos abordar éste fenómeno, igual de llamativo y controversial, de la postmodernidad con esa propuesta categórica de personajes que representen diferentes realidades de un mismo fenómeno.

Un contexto teórico

Por ejemplo la propuesta del sociólogo Jameson David Hunter de dividir entre los ortodoxos y los progresistas. Aunque Hunter parte de una postura de cómo se entiende la fe y la religión, creo que es una analogía perfecta para comprender el difícil concepto de coexistencia. Los ortodoxos, dice Hunter, tienen una postura conservadora-tradicionalista frente a sus creencias (ya fueran católicas, judías o musulmanas, al igual que derivadas de estas), parten de una moral basada en la autoridad divina. Los Progresistas, mientras tanto, son nuevos religiosos, -católicos light-, que interpretan de manera subjetiva y utilitarista lo que brinda la religión, en vez de acatarla como una ley universal.

Otro ejemplo que creo puede servir es el que da el filósofo estadounidense Richard Rorty, quien hace este mismo juego binomial pero desde un punto de vista del uso del lenguaje. Rorty menciona a los irónicos y a los metafísicos; así como Hunter, Rorty propone uno que podría ser el posmoderno banal, proveniente de los barrios de Nueva York y las pinturas de Warhol, que habla de un lenguaje incompleto e incapaz de abarcar la inmensidad de la realidad, que lo cuestiona y lo cambia. El otro, formula Rorty, son los metafísicos, quienes no cuestionan ni modifican el lenguaje, sino, al contrario, buscan la naturaleza del mismo para entender esta realidad que sí puede ser descrita. Y es que Rorty, en este pequeño ensayo, crea identidades tan particulares que llama a los irónicos como si fueran un ella, y los metafísicos como un él. Es decir, Rorty propone un él hermenéutico, un Gadamer que parte del Heideggerianismo de un lenguaje histórico; y, a la vez, un ella descontruccionado, renovado y cuestionador.

Siguiendo esta línea de contextos binomiales que se suman a nuestra lista de personajes característicos, me encontré con Pauline Rosenau, un profesor canadiense de ciencias políticas. Él propone otras dos categorías basadas en la percepción del cambio. Los Afirmativos, que ven esta transición de la modernidad a la postmodernidad como algo innovador y constructor (así como los integrados, según Umberto Eco); mientras los Escépticos, es decir los apocalípticos de Eco, rechazan esa idea y se vuelve pesimistas. Unos esperan, otros se esconden.

Así como tú propones un Don Modesto que, como menciona Beck, citando a Benjamin Barber, en Un Nuevo Mundo Feliz, listo para la actividad, irónico, progresista y afirmativo. Pero que vive, o coexiste, bajo la sombra de Don Severo, ortodoxo, metafísico y escéptico.


Valentín y Agustín: dos personajes ideológicos

Después de los constantes y recurrentes personajes binomíales que hemos visto (desde los tuyos hasta los lingüísticos de Rorty, los religiosos de Hunter y los visionarios de Roseanu), me gustaría abordar dos personajes más. Pero quisiera alejarme un poco de la línea que tú manejaste con Modesto y Severo, que son personajes categóricos de una realidad que parte de sus visiones y posturas económicas (es decir, la cadena de producción-distribución-consumo), en la transición de una modernidad a otra (o una postmodernidad). Valentín y Agustín, por lo tanto, son personajes ideológicos: respetan la consecuencia de su generalidad, volviéndose simples arquetipos platónicos de una época complicada de exponer. Los dos, como lo mencionabas al principio de la carta, son parte de esa modernidad del homo faber, del hombre que es lo que hace.

Agustín representa la modernidad conservadora y tradicional; desde la analogía de Rorty, implementa el lenguaje como el único medio de descubrimiento de la realidad. Es de la escuela radical religiosa, aunque también puede ser un racionalista objetivo (un techy, retomando de nuevo a Rorty). Aunque tú, Luís, tomas a un Modesto y un Severo como representaciones básicamente productivas, consecuencia de una transición de diferentes estados de la modernidad, Agustín es más una ideología que no está sobre impuesta, sino que simplemente se pone a disposición. Él parte de una tradición moderna donde los viejos tiempos eran mejor que hoy; en pocas palabras: un inconformista. Por lo tanto es escéptico y, como su nombre lo refiere, le angustia el camino que el mundo está tomando. Es el Capitán en la novela de Benedtti, por esa catarsis que representa él mismo.

Y junto con él coexiste Valentín, una cara de la postmodernidad: el irónico, el renovador, el que cuestiona y se mueve. Valentín, como Modesto, es parte victima de un sistema opresor, pero como ideología se aparta del lado humano de la realidad y se adentra como una categoría flexible. No proviene completamente de la industria, pero sí de la tecnología comunicativa. A diferencia de Agustín, su fe se vuelve una búsqueda subjetiva de la verdad, proponiendo un sistema abierto de religiones donde todo está permitido. Él se aleja del homo fabers, el cual representa Modesto, y se cobija bajo los homos de Maffesoli y Sartori (el homo vaters, el hombre que viaja, y el homo videns, el hombre imagen). Su nombre representa la figura que un sin número de autores han teorizado, como en la Vida líquida de Bauman, le vale el pasado, el lenguaje y la ideas totalitarias; le vale la comunidad-seguridad de Bauman, por eso vive bajo los conceptos del yo-mí; le vale conservar un trabajo de por vida. Como ideología, Valentín representa a Pedro, custodiado bajo la perversa maquinaria del capitán, sometido a la tortura hasta la muerte, pero que con una vaga valentía dice: “no, coronel”.

Y lo curioso de todos estos personajes es que siempre entran en una misma situación, pero bajo un contexto diferente. Por ejemplo, Valentín es parte de esa sociedad de riesgo característica en la segunda modernidad de Beck (tiene múltiples parejas, cambia de trabajo constantemente, no cree en ninguna fuerza coercitiva como es la religión o la moral); y a la vez coexiste con Agustín, quien se aferra a la primera modernidad, con la idea positivista de orden y progreso. Suena irónico, pero como categorías ideológicas se permite una cierta flexibilidad entre las dos. Y a la vez, se convierten en simples instrumentos de comprensión; probablemente no describan a un humano real (son un estereotipo demasiado radical), pero simbolizan dos posturas a las que nos podemos aproximar, es decir, son dos pensamientos que bien pueden tomarse o dejarse.

Pero con esto, Luis, sólo lograríamos poner nombre a un pequeña parte del árbol genealógico que conforma esta familia nacida de la modernidad. Todavía faltan personajes que se aproximen a describir las diferentes situaciones de las mujeres en el mundo, los indígenas que se relegan por el paso de la urbanización, el de las minorías que hoy en día están convirtiéndose en verdaderas fuerzas políticas, así como muchísimos más.

Con estas cartas creo que apenas comenzamos la difícil tarea de erigir generalidades descriptivas capaces de aproximarse al lado humano de las consecuencias de la modernidad. El camino parece largo y difícil, pero con cada paso se escribe una página.

Ciudad Juárez, Chih., a 17 de septiembre de 2006


Correspondencia II

Carta 3
La importancia sobre la escritura


…Así mismo veo en el escritor una especie de conciencia social y posibilidad de anticipar los problemas antes que el investigador, aunque no señalen soluciones (René Avilés Fabila en La canción de Odette).


Querido Luis:

Apenas termina una carta y comienza otra.
Por eso no se puede dejar de escribir, porque vivimos en un mundo repleto de contradicciones que debemos, de alguna manera, intentar poner en orden aunque esto implique que cientos de hojas tengan que correr eternamente.

Hoy es nuestro trabajo porque mañana seremos esto que escribimos. Somos biografías que se hacen junto con nuestra pluma (en este caso la pc), dejar incompleta nuestra escritura es dejar incompleta nuestra vida, y por lo tanto le quitamos una visión única al mundo. Somos importantes en esencia, insustituibles (aunque se profetiza el final de las ideas, algo así como Fukuyama con el fin de la historia y el hombre). Porque a veces todo parece ser un plagio del pasado; leí hace mucho que, por ejemplo, la filosofía se podía reducir a su origen por medio de una búsqueda de antecedentes que siempre terminaría en Platón. O la frase de Malraux, “que las obras de arte tiene como origen otras obras de arte”.



Escribir es un oficio complicado; un oficio que se refina con la lectura y se perfecciona con la práctica. Por lo que se vuelve un doble trabajo. La exigencia de las letras es una exigencia del tacto y la vista. Leer retroalimenta lo que se escribe. Y cito a Zaid:

…cualquiera puede juntar palabras, hasta una máquina amaestrada. Lo que requiere genio es leer. Leer es lo que puede convertir una posibilidad abstracta en un acto concreto. Leer lo que está escrito desde antes, o desde siempre, lo que la mano va profiriendo, o el viento fisioquímico asociando en las hojas sueltas del árbol de la memoria, o todo lo que puedo encontrar materialmente y revelárseme y revelarme.


No podríamos abandonar el único medio de trascendencia. Más en este mundo que se aproxima a pasos agigantados a la postmodernidad anunciada por tantos teóricos (Aunque no creo que en ningún momento lleguemos a una era posmoderna pura, los modelos que ahora estamos adoptando parecen proyectar un escenario posible con los países industrializados primero. Tú sabes mi simpatía por Maffesoli, quien propone a la postmodernidad, en palabras del profesor José Aranda Sánchez, como “una noción que designa un conjuntos de categorías y sensibilidades alternativas a las que predominaron en la modernidad”), todo se vuelve instantáneo y poco trascendental. El Internet es una amnesia anticipada: el futuro es lo único que existe. Pero la escritura es la voz viva del presente, ese al que un día legaremos en el anonimato sino empezamos nuestra tarea.

A veces, lo reconozco, me da miedo pensar que todo sea en vano. Que nuestros trabajos de escritura terminen siendo parte de un papeleo burocrático inconcluso. Es un miedo humano porque somos seres proyectados a la muerte, una muerte que nos persigue constantemente hasta que nos alcanza. Esto que hacemos hoy de alguna manera se volverá nuestro permiso de prorroga. Escribir es ganar un poco de tiempo.
Luis, es nuestra obligación ganar tiempo.

1

Hace un par de días empecé esta carta, y me imaginaba tantas cosas para traducir en palabras escritas. Me senté frente al escritorio, con un ruido característico en las viejas computadoras iMac. Luego empecé a escribir recordando un cuento de Salvador Elizondo, el Grafógrafo, y se me ocurrió escribir sobre escribir. Tus correos son alentadores y el tiempo libre es esperanzador. A veces hago lo que hace mi amiga Mayra, es decir dejar de pertenecer para pertenecerme más a mí mismo. ¿Cómo me pertenezco más a mí mismo? Escribir que se escribe. No creo que podamos hacerlo de otra manera.

Pero nota, no quisiera hacer una cronología de la escritura humana, sería injusto porque no tengo los elementos necesarios para hacerlo. Podría empezar con la mentira de que la escritura nace como la trascendencia para el futuro (algo que yo mismo cometo, y que unas líneas atrás dije), pero fuimos nosotros, y nuestra lógica social, la que ha inventado términos como futuro y conocimiento. Y, peor aún, los ha relacionado maquiavélicamente como si los dos aseguraran la permanencia del otro.

Lo que intento aquí es llevar mi imaginación a la idea de escribir, desbordarla hasta darle un argumento más a la literatura para abrir puertas que hemos creído cerradas (y me refiero a nosotros los científicos sociales). A veces me recuerdo, tomando el fragmento de un libro de René Avilés Fabila, Tantadel, el reclamo que hace Tantadel sobre la imposibilidad de la literatura por ser exclusivista. Y también hago mío tu reclamo de lo engañoso que puede ser en temas de práctica. Lo sé y lo admito.

En una ocasión platicaba con Víctor Bartoli, el autor de Mujer alabastrina, y recuerdo como él, me decía, intentaba juntar la historia de la ciudad con la narrativa. Pero, bajo el cuidado de mi pregunta, admitió que su libro era para nada histórico, sino literario. ¿Historia en forma de literatura, o literatura histórica? Yo sé que hay delgadas líneas entre una y otra, pero volvería a lo mismo, esas divisiones se tornan ridículas cuando reconocemos la fuerza de la escritura, que es la que nos une.

2

En cartas anteriores, así como en platicas pasajeras, te he comentado sobre esa preocupación que tengo sobre la indiferencia (principalmente los sociólogos) hacia la literatura. Hemos debatido constantemente ese tema que me apasiona, y de alguna manera los dos aprendimos cosas nuevas en nuestra formación. Somos sociólogos preocupados también por la escritura: cuidamos de ella, con formaciones distintas, sin duda alguna, pero compartiendo el fin último de las palabras.

Y es que esta carta no tiene la intención de comenzar, nutrir o terminar el debate entre las dos disciplinas. Al contrario, me gusta pensar que algún día ambas podrán encontrarse frente a frente para platicar tendidamente, sin prejuicios ni reclamos. Y que se llegue al acuerdo la escritura, y la necesidad de defender su papel en nuestra vida cotidiana.

Sin más por el momento, te dejo lo blanco de la hoja, y un abrazo como siempre, reiterándote el amor que siento, al igual que tu, por este hermoso trabajo que se llama escribir.


Juan M. Fernández Chico
28 de Diciembre 2006.
Ciudad Juárez, Chihuahua, México.

Carta 4

Recientes lecturas y la importancia de la escritura


“…y la imparable conciencia de que la única forma de perturbar el tiempo es morir y salirse de él” (Javier Marías, Negra espalda del tiempo).

Estimado Juan

Debo de iniciar respondiendo a tú última correspondencia con la confesión de que cada día me es más difícil contestar a tus cartas. Recuerdas lo que te comenté en nuestro viaje de campo a un bosque cerca de Ruidoso, que en realidad me molesta no saber el nombre correcto del sitio pues la pasamos muy bien en compañía de los buenos amigos y disfruté por última vez de la carne asada antes de mi partida a España. El comentario que te hacía en ese momento era que me declaraba inhabilitado para seguir contribuyendo a tu formación académica porque creo eres lo suficientemente decidido y autodidacta como para necesitar de mi guía. Así, trataré de que mi respuesta, aún sin ser la más afortunada, sea lo más sincera posible.

Hace tiempo que recibí tu carta, en realidad la esperaba con ahínco y con un poco de desesperación disfrazada de espera cautelosa, como cuando viene un hijo y se está del otro lado del quirófano. La diferencia quizás estriba en la ausencia del cigarro. Como verás, ésta es nuestra segunda correspondencia pero en esta ocasión soy yo el que tiene la tarea de contestar. Te adelanto que algunas cosas han cambiado en mi discurso y eso en parte es culpa tuya o para ser más franco te lo debo a ti. Me refiero a que desde mí llegada a Barcelona seguí tu recomendación de acudir a los textos literarios como una entrada más para abordar la sociología contemporánea, la cual sigue siendo mi interés principal de estudio.

Cuando uno llega a otro sitio, debe de pensar en qué sentido se llega a él. Es diferente llegar a una ciudad como visitante de paso, turista u observador de ocasión a llegar pensando en que se viene a radicar por algunos años. La mirada cambia, eso lo puedo constatar ahora; la observación se vuelve más aguda y por llamarle de algún modo profesional. Aunado a esto creo que a raíz de mi lectura de algunos autores españoles ―Javier Marías quién es madrileño y Vila Matas de origen Catalán―, novelistas principalmente, y el repaso de algunos latinoamericanos como Cortázar, Borges y Benedetti me ha llevado a desarrollar más personajes como don Modesto y don Severo de mi primera carta. En esta correspondencia, estimado Juan, trato de ponerle voz a don Prospero y su encomienda dentro del proyecto de modernidad.

Aún y cuando debo de ser fiel a una respuesta que exige cualquier carta, aprovecho para abrir otras intrigas, preguntas y debates sobre el objeto de estos intercambios epistolares que a bien has aceptado compartir conmigo. Lo que trato de decirte Juan es que debemos seguir la línea de la discusión entre la modernidad y la postmodernidad. También en esta carta te indico mis últimas lecturas que he realizado con la curiosidad de un niño al abrir sus regalos y descubrir qué hay dentro de la caja.

A decir verdad, aquí en Barcelona la tradición editorial es longeva y se demuestra en sus múltiples casas editoriales y la enorme cantidad de librerías, y lo mejor de todo es que nuestras áreas de interés están bien completas, puedo decir abundancia sin ser exagerado si lo comparamos con lo que uno encuentra en nuestra ciudad que aún y con esas dificultadespor lo que representa para los que gustamos de la lectura, se extraña. Además tú sabes que Alida y la pequeña Alitzel aún están por venir a éste continente.

Bien Juan, prometo enviarte algunos libros de literatura y sociología con algún colega que viaje a nuestras tierras. Te platico entonces que como me sentía un poco desubicado a mi llegada leí un libro de Edgar Morin llamado Pensar Europa, a nivel general me puso al corriente del devenir conceptual de lo que entendemos por Europa y algunas de sus tradiciones e invenciones. De mitos y leyendas esta lleno el mundo mi querido Juan. Luego, pues debía de leer los libros asignados para los cursos del doctorado (que son bastantes, pero un tanto tediosos y aburridos, eso pasa cuando dejan la lectura a encargo), pero en los ratos de ocio regreso a la sociología y a la literatura.

Aproveché para leer un libro de Borges que lleva por nombre El libro de arena, al cual debo confesar le tengo pendiente una relectura para acabar de entenderlo. Ya entrado, y con algo de tiempo en la tregua navideña de mis cursos, me leí a Javier Marías, un madrileño quien me a gustado mucho en su forma de escribir. Descubrí en una librería –La central- Negra espalda del tiempo; de primera vista lo que me sedujo fue la portada, una mujer de espaldas cargando a una criatura de unos 4 años que me recordó a mi hija Alitzel.

También encontré en un seminario-homenaje a Hannah Arendt (al que asistí por encargo del coordinador del doctorado) unos cuadernos de trabajo sobre conferencias que se han dictado en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). El que finalmente me hizo sacar el dinero de la bolsa fue el de Nuevas fronteras y valores universales de Zygmunt Bauman, el cual leí en inglés, y otro de sus libros, En busca de la política, donde toda la idea central radica en que la libertad individual sólo puede ser conseguida en el trabajo de lo colectivo. Y la última de mis lecturas en España ha sido un libro de Michel Foucault que una antigua amiga de Madrid me recomendó precisamente un día después de los atentados de ETA en la terminal 4 de Madrid (la T-4, así le llaman) a finales de diciembre del 2006. Sobre la Ilustración es el encabezado del libro, un esfuerzo de Foucault de 1984, antes de su fallecimiento cuando éste ya se encontraba muy enfermo.

La razón y la Ilustración son la denuncia del autor y su confesión (pues la hace casi antes de morir) de por qué elige en su hablar la categoría de saber en vez de la de conocimiento y el concepto de poder en vez de dominación. El saber y el poder sustituye (dice el autor) al uso clásico de la sociología del conocimiento y la dominación como categorías centrales en una sociología embrionaria y apenas destetada. Bueno Juan, no te abrumo más con mis historias y mis lecturas pero quedamos de ponernos al tanto para efectos del debate de lo que leemos y revisamos como parte de nuestra formación.

Coincido Juan sobre tus comentarios de la importancia de la escritura más que la lectura, por eso mí afanado interés por los libros y las novelas. Esas lecturas que alimentan al maestro y al estudiante convencido. Me dices en tu carta “escribir es ganar un poco de tiempo”, ese tiempo que como dice la cita de Javier Marías al inicio de ésta carta es solo perturbado con la muerte. Debemos entonces, mi estimado amigo, correr el riesgo de ganar ese poco de tiempo escribiendo con el único espasmo de la espera por la siguiente carta. El riesgo, recuerda, como lo señala Beck es casi inevitable, ya casi no quedan certidumbres, sólo la muerte de la que me hablas y te hablo se vuelve más segura cada día en nuestras sociedades contemporáneas, pero sobre todo en las nuestras donde la cultura de la violencia parece haber llegado para perpetuarse (mal gobierno no).

Dejemos pues correr tinta y pluma, cuidar más del pasado que a muy pocos han de interesar. La generación de antaño sabe de lo que te hablo, el abandono y desprecio por lo que dejó de ser es evidente. Juan, no detengas tinta y pluma, déjala correr suave por la hoja o como dices tú que la Pc haga su trabajo. Trato de ganar un poco de tiempo, escribo como si apenas fueran mis primeras palabras y muestro asombro ante el hecho que se me presenta como nuevo. Trato, Juan, de escribir sin descuidar lo que se escribe, debemos de cuidar lo que plasmamos porque un día será como si lo dijéremos en voz alta.

*
La idea de don Prospero como punto de partida

Bien Juan, hubo un tiempo en que los encargados de comprender y explicar (e incluso transformar) las primeras sociedades industriales, apostaron todo a dos categorías: el orden y el progreso. Es así como este viejo eslogan justificó las peores aventuras e incursiones en el mundo extraeuropeo, lo cual les permitió financiar la urbanización y desarrollo de sus grandes ciudades y mercados de consumo. La cosa es que en ésta primera etapa (digámosle primera modernidad al estilo de Beck), es donde debemos de ubicar a nuestro personaje; Don Prospero.

Éste, al igual que don Severo (de mi anterior carta), se adaptó al mundo moderno, tenía que abandonar el mundo rural y por ende olvidarse del arraigo a la tierra. La ciudad representó su nicho, su lugar casi natural de reproducción social y biológica. A diferencia de Severo, no basó en la severidad del trabajo (como nueva ética de la modernidad según Bauman) su acumulación material. Es decir, cambio la severidad como valor por el progreso, la prosperidad, sobre todo a nivel de idea central.

Esto no quiere decir que la severidad como valor de la modernidad no le fuera de buen uso, sólo que le dio prioridad a la idea de progreso, sobre todo un progreso ordenado. Don Prospero como figura dentro de esta primera modernidad se convirtió en el comerciante, el hombre de negocio que gustaba del ahorro a diferencia del feudal despilfarrador y parasitario que nos describe Elias en su libro de La sociedad cortesana. Ese tipo de hombre ligado a la tierra fue desterrado (es decir, literalmente fiel a la palabra, se quedó sin tierras) y sustituido por el nuevo hombre urbano llamado don Prospero: El “burgués”.

En algún momento debo de reconocer estimado Juan que Severo y Prospero coincidieron epocalmente e hicieron uso arbitrario de la extremada modestia de don Modesto. Cuántos Modestos se necesitaron para sacar adelante las empresas y negocios de los Severos y Prosperos de esta modernidad. Pero como todo, y si Peter Wagner tiene razón sobre su modernidad organizada, ésta con el tiempo se desestructuró y la incertidumbre, el riesgo y la ambivalencia hicieron presa por igual a Severo, Prospero y Modesto, sin olvidar que éste último sacó la peor de las partes.

Pasaron algunas décadas y mejor dicho más de dos siglos (del S. XVII por poner una fecha que Foucault utilizó en su texto Sobre la Ilustración que te comenté al inicio de la carta) para que estas primeras sociedades industriales superaran la etapa de ordenación y control social que no parecía llegar en los primeros intentos; si recuerdas según muchos sociólogos clásicos todo era un desorden, había poca higiene, los sistemas de salud casi inexistentes y la urbanización aún estaba por llegar, es más, ahora que recuerdo Richard Sennett dice en su libro Vida urbana e identidad personal:

“La planificación de la ciudad a cargo de especialistas es un acontecimiento reciente en la historia de las ciudades. La razón para esto es mayormente que, hasta la época de las grandes ciudades industriales, la sociedad urbana no se imaginaba como una clase especial de orden social” (Sennett: 1975).

Una vez superado el caótico crecimiento acelerado de las ciudades como Londres, París, Ámsterdam y Nueva York, en Estados Unidos, la modernidad se declaró triunfante y se dedicó a acumular y tratar de exportar su experiencia a todos los rincones del mundo. La modernidad se apoyo en hombres de industria, en burgueses convencidos como Prospero para reproducir esta prosperidad y progreso tecnológico.

Pero llegada su fase postindustrial (Alain Touraine), y ya estamos poco después de mediados del siglo XX, la estructura en la que se apoyaba la modernidad sufrió cambios de gran envergadura, la sensación de certidumbre y protección en términos de seguridad social y económica se desvaneció. La enseñanza fordista y el taylorismo fueron desplazados por el postfordismo y el toyotismo en las grandes industrias y centros de trabajo; la apertura e internacionalización del capital rompieron las fronteras físicas de los grandes (y sobre todo de los pequeños) Estados y democracias representativas. Décadas antes les habían sorprendido dos guerras mundiales llenas de nacionalismos, fascismos y nazismos. Don Prospero se vio en aprietos.

Sin embargo debemos regresar un poco a lo de la ética moderna en la cual la ilustración fue pensada;

“Esta ética autorrepresiva creó en ambos casos vida comunitaria. En tiempos de los puritanos las personas se vigilaban mutuamente buscando señales de virtud doctrinal y de vicio, y en una era posterior se vigilaban mutuamente y a sí mismas buscando señales de aquellas cualidades de frugalidad y renuncia que conducirían a la riqueza, riqueza que era a su vez un signo de virtud que nadie osaría reprochar” (Idea de Weber en Sennett, 1975).

Don Prospero practicó esta ética puritana basada en el trabajo (al igual que Severo), y vivió el transito a la ética postmoderna (Bauman), misma que ahora pone sus cimientos en el consumo, digámosle una ética de consumo que da nombre a una reciente subdisciplina: la sociología del consumo. Estos cambios estructurales que hoy nos hacen hablar de sociedades de consumo y postindustriales me permiten recordarte algo que mencionaste en tu primera carta.

Si bien, yo desarrollé las figuras de don Severo y don Modesto como personajes que nos ayudaban a entender el proyecto o la condición de modernidad, y hoy insisto con un tercer personaje llamado Prospero, debo aceptar que tus personajes Agustín y Valentín, es decir la angustia y la valentía como valores de la postmodernidad para enfrentar los riesgos y las incertidumbres (yo prefiero decirle segunda modernidad, o modernidad liberal restringida al estilo Wagner), representan mucho mejor este quiebre estructural o crisis de modernidad a partir de la década de los sesenta del siglo pasado.

Bueno amigo mío, pues esta es sólo la idea, el punto embrionario al que te invito me ayudes a desarrollar académicamente, a desgajar hasta poder revisar con estos ya cinco personajes la modernidad y sobre todo la sociedad contemporánea donde no sólo Agustín, Valentín, sino tú y yo estamos inmersos como dices, es nuestra obligación ganar tiempo, no dejes entonces de correr tinta y pluma.

P.D. Te envío con una amiga que va a Juárez lo último de Saramago, Las pequeñas memorias, espero disfrutes su lectura tanto como yo.

Tu amigo que te recuerda y estima.

Luis Alfonso Herrera Robles
27 de enero de 2007
Barcelona, España


Correspondencia III


Carta 5
De regreso a los personajes

Estimado Juan

Esperando hayas podido recibir la respuesta a tu carta y que el contenido de la misma no se presente como algo apresurado de mi parte. Lo que quiero decir es que mi respuesta pueda provocar tú interés para continuar este ejercicio epistolar que en lo personal me sirve para varias cosas. (i) Organizar las ideas que de último aviso me llegan a partir de nuevas lecturas y de escuchar algunas conferencias que me abren viejas dudas e interrogantes; (ii) para dar continuidad de la propuesta final que deberá ser el revelar el entramado de lo local de nuestros caso, la frontera; y (iii) compartir contigo (y tus atinados puntos de vista) el desarrollo de mi formación académica y profesional, debo de recordar mi vocación por la docencia que se sustenta en el compartir lo que acumulo como profesor con los que vienen y que algún día serán tus alumnos.

En esta carta al igual que las anteriores me gustaría seguir con la idea de los personajes que pueden revelar los entramados y las formaciones sociales que la modernidad y la postmodernidad han dado como resultado. Esta idea que hemos llegado a consolidar puede convertirse en el cuerpo de un texto más amplio que tenga como objetivo debatir lo que han llamado era, época o mundo de la modernidad. Si seguimos esta línea debemos ya entrelazar las vidas de Severo, Modesto, Prospero, Valentín y Agustín (próximamente don Puro y su valor de la pureza) para contextualizarlos en una sociedad imaginada, pero sobre todo común para nuestros personajes. La sociedad, creo yo, debe de ser de inicio una sociedad industrializada y llegar después de ella a las sociedades de consumo que hoy vivimos tú y yo como quienes escriben y describen nuestra realidad.

Pero antes, creo que debemos hacer una alto, te comento Juan lo siguiente porque he encontrado a dos autores que me hacen pensar cosas parecidas a las que tú y yo comentamos en nuestras cartas. La cosa es que me hizo ruido la frase contundente de un sociólogo francés que debes de conocer llamado Guilles Lipovetsky, que enuncia algo así: “la sociedad postmoderna a finalizado para llegar a una hipermodernidad basada en el hiperconsumo”, este nuevo canto de las sirenas que aparece en un libro fechado en el 2006 (recientemente) es un tanto provocador en el sentido que no es un estallido colérico del sociólogo francés, sino el resultado de una serie de publicaciones y serios estudios sobre la modernidad y la postmodernidad en sus dinámicas de consumo, moda, lo volátil, el vacío, la individualización y el riesgo como constante.

El otro autor es Giacomo Marramao a quien le escuche en una conferencia recientemente acá en Barcelona (por cierto Lipovetsky recién viene y seguro le iré a escuchar). Marramao desarrolla sus estudios sobre el poder en la línea de la filosofía política y nos habla sobre la secularización y el poder, entendiendo por secularización un derecho nacido en las monarquías para expropiar propiedades materiales y discursivas a la iglesia medieval. En esta confrontación, el filósofo italiano parte del acontecimiento histórico de la secularización para introducir su idea de modernidad, es decir, una modernidad laica, secularizada que basa su poder en reforma y ruptura con la idea divina de propiedad.

Como puedes ver Juan, lo que dice Lipovetsky (y de alguna manera Marramao) es nodal para nuestro debate: si la postmodernidad ha llegado a su fin, entonces deberíamos estar discutiendo la modernidad y su tránsito a una hipermodernidad dejando de lado esta corta etapa postmoderna que ni siquiera alcanzó su madurez epocal cuando ya la están sepultando. Pero Vattimo tendrá que decir algo al respecto. La fortuna que tengo es que en éste ciclo de conferencias, Vattimo viene en el paquete y esperaré a escucharles a ambos para ver cómo establecen su debate, además de enviarte algunas conclusiones que puedan girar el rumbo de nuestras conversaciones, lo que estoy seguro es que aún así, nunca dejamos de contemplar el consumo y su nueva ética como lo denunciaba ya Baumann como lógica de esta modernidad tardía o postmoderna.

Creo que debemos de meternos a fondo en el estudio de estos tres autores para revisar el debate, pero sin olvidar que somos privilegiados de ser sociólogos en una situación de frontera con el país que hoy rige parte del mundo globalizado: los Estados Unidos. Debemos, pues, optimizar nuestra experiencia fronteriza y si algo conocemos y hemos vivido de cerca es el hiperconsumo, el hiperindividualismo, los riesgos e incertidumbres que de la sociedad norteamericana y sus avances tecnológicos nos evidencian. Sobre todo tú que te estas formando en una universidad estadounidense y que conoces parte de su tradición académica en las ciencias sociales.

Bueno Juan, pero no creas que dejo de lado de manera tajante la entrada de la literatura a la discusión, sino que hoy me gustaría que recuperáramos como dije al inicio a nuestros personajes para describir, explicar y analizar las sociedades complejas que estamos experimentando. Si la memoria no me falla, el consumo y el individualismo son fenómenos que muchos autores ya denunciaban desde las primeras décadas del siglo XX y que como prácticas sociales se extienden el auge de las sociedades de pleno empleo y bienestar en Europa y Estados Unidos de la postguerra. Sólo los eventos militares y propios de la guerra interrumpieron de manera temporal que el individualismo y el consumo no tomara su forma extrema y radical tal y como la conocemos ahora.

Pero una vez regresado el orden y la paz social, es cuando las hipótesis de Lipovetsky toman su formato de hiperconsumo e hiperindividualismo. A eso que él abusando un poco del prefijo decide llamarle de manera un tanto descriptiva hipermodernidad. Ayúdame tú que eres más dado a lo novelesco a poner nuestros personajes en un guión que pueda delatar como don Severo, Modesto y Prospero vivieron esta transición, sin olvidar que Agustín y Valentín emergen como algo contingente y propio de lo que caracterizó a la postmodernidad.

Démosle a estos actores y sujetos sociales un roll, un papel dentro de todo este entramado complejo y que sé tú podrás poner como en un rompecabezas, cada pieza en su lugar. Como los valores de severidad, modestia, progreso, angustia y valentía se fueron ajustando y reajustando a las necesidades cambiantes de cada contexto epocal. En verdad creo que nuestra propuesta de explicar la modernidad, postmodernidad e hipermodernidad con la ayuda de personajes es buena, al menos nunca e visto o escuchado a ningún sociólogo o pensador social que haga algo semejante o cercano a nuestras ideas.
Debemos darnos prisa Juan, porque al parecer los cambios sociales de hoy en día son más veloces que antaño y debemos de tratar de ir develando las interrogantes que ciudades y países como el nuestro nos provocan, si a esto sumamos las experiencias de vivir (yo) o estudiar (tú) en un país extranjero y que de alguna manera están atravesando por grandes modificaciones dentro de su estructura social y política. Me refiero al caso de España que es receptora de un enorme número de inmigrantes que vienen desde el Magreb hasta el Este de Europa, y lo que a nivel cultural e identitario esto significa.

Bien Juan, te invito con esta nueva correspondencia a iniciar un texto más académico con nuestro personajes como eje que articule una perspectiva para poder imaginarnos cómo se dieron y se están dando todos estos acelerados cambios. Dentro de poco podré platicar este proyecto contigo porque quizás deba ir a México para solicitar la residencia de Valeria y si ya tenemos algo para iniciar sería genial. Además de hacer un pequeño seminario con los maestros y amigos que creas que esto les interesa y partir de las anteriores correspondencias como ideas embrionarias. Por ejemplo en estos meses he pensado en la figura de don Puro y Castulo, de quienes la pureza y la castidad podemos usar en nuestra perspectiva de personajes un tanto a la Goffman que dice “la vida es un teatro”.

Hasta pronto, te estima y respeta tu amigo
Luis Alfonso Herrera Robles
Barcelona, España a 17 de mayo de 2007

Carta 6
Para empezar te digo


Estimado Luis

Ya iba mucho tiempo que no escribía una carta. Tanto que la última equivalió a dos tuyas: lo que no es para nada desalentador; sólo pone más trabajo en la mesa. Para hacerte honesto, había dejado a un lado varios temas de los que discutimos en las cartas anteriores por otros que surgieron como esa comezón que menciona Virginia Woolf en sus diarios.

Pero sin duda alguna la última ha dado en un punto muy sensible, pues hace un par de semanas terminé dos textos sobre publicidad en la política y lo cotidiano. Lo que hace sentirme bastante vigente en lo que escribes y en la bibliografía que utilizas.

Quisiera empezar con una idea que planteas en la carta sobre el consumo y el individualismo.

Estos dos términos son bien tomados por el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, quien en varias obras intenta estructurarlos juntos. Me gustaría, sólo para ampliar esta idea, agregar a Jean Baudrillard quien propone acertadamente el consumo como característico de la producción en masa. Por lo que es importante, entonces, remarcar cómo los países más avanzados en el sector industrial fueron los primeros en tender al consumo. Provocando ya después lo que Lipovetsky llama una era del vacío caracterizada por el individualismo, teniendo como consecuencia el hiperconsumo.

Pero no olvidemos que Lipovetsky es un asiduo defensor de este concepto, y en múltiples ocasiones menciona las ventajas del consumo y derivados (principalmente desde el concepto de moda), haciendo del consumo la herramienta más clara de democratización, como lo utiliza Baudrillard.

El efecto que este hiperconsumo provoque sólo puede ser medido por las diferentes visiones que pueblan el mundo, en la que el Lipovetsky también forma parte. Lo que me lleva a retomar al personaje de Valentín en la primera correspondencia, quien sin duda ve estos cambios ya anunciados como una apertura, cobijándose en el concepto de hiperconsumo pero causando en automático la reacción de su contraparte. Alguien que se asemeja a Agustín, pero en una versión más activa y renovada: Arturo, el harto.

Un personaje actual: Arturo

Arturo juega el rol de los globalifóbicos, los subversivos, los altermundistas. Busca el cambio posible derribando las estructuras de la modernidad y la posmodernidad. A diferencia de Valentín, no acepta ni el hostigamiento moderno ni la indeferencia posmoderna. Usa la tecnología, pero sólo como un medio para mostrar sus ideas. Maffesoli escribe en un artículo sobre las últimas revueltas en Francia cómo los movilizados usaban los medios de comunicación de canal de exposición. Fenómeno popularizado hace unos años con la reunión de la OMC en Seattle, aprovechando el Internet como medio de convocatoria.

Este personaje es consecuencia de la globalización y de un mundo que tiende a polarizarse cada vez más: los ricos se vuelve más ricos, y los pobres más pobres. Arturo es crítico de esta brecha social porque viene de una tradición originada en los movimientos del 68 y del marxismo de mediados del siglo XX, donde la ubica Wallerstein.

Arturo es crucial en América Latina (La significativa aportación de Michel Maffesoli recalca esta parte del continente americano como un gran motor de cambio social mundial). Ambos sabemos que es por la historia en común de los países de América Latina por lo que muchos pensadores dirigen sus ojos a esta parte del mundo. Y en lo personal lo asocio por su proximidad con Estados Unidos y la apropiación de usos occidentales que no son acordes con su situación económica, social e histórica. Arturo detona aquí por los sucesos bien conocidos del continente: crueles dictaduras, intervenciones europeas y estadounidenses, guerrillas: además de que gran pare de su ecosistema natural se ve terriblemente amenazado por la devastación.

Aunque también debemos tener cuidado pues bajo estos personajes/categorías existen subpersonajes que se ubican bajo contextos similares, pero se expresan diferente. La tradición estadounidense de los Arturos difiere a la de América Latina, pues mientras unos buscaban su reconocimiento otros la igualdad.

Por lo que hoy en día Arturo cada vez se acerca más al ambientalismo (debate que vienen ganando fuerza entre las demás problemáticas), pues visualiza la amenaza inminente del cambio climático como consecuencia de una primera modernidad utilitarista. Muchos intelectuales han surgido con propuestas que vienen de lo que por mucho tiempo se llamó los nuevos movimientos sociales. En los que ahora debemos sumar elementos como la tecnología, la publicidad, la contraglobalización (o mundalización) y las amenazas características del siglo XXI. Pero Arturo no cree que estos cambios puedan venir de las grandes instituciones supraestatales, pues a la larga provocarían el tan temido choque de las civilizaciones anunciado hace más de diez años por Samuel Huntington.

El terrorismo, otro elemento importante que surge con Arturo, ha puesto en jaque el otro lado de la moneda: la migración. Sacó a flote un problema que empezó a gestar cuando Europa se abrió al mundo por medio de la conquista. Fenómeno que se ha visto engrandecido por el cierre de las fronteras por seguridad nacional. Por lo que es necesario, entonces, retomar el tema de América Latina y su importancia con el personaje de Arturo, pues recordemos que esta parte del continente es uno de los mayores generadores de emigrantes a Europa y Estados Unidos.

Con el terrorismo y el surgimiento de la xenofobia, Arturo se vuelve imprescindible. Recordemos que no hace mucho los emigrantes ilegales y legales en Estados Unidos marcharon a favor de sus derechos, sobrepasando cualquier otro tipo de convocatoria en aquél país. De la misma manera recordemos las revueltas de Francia, Alemania, Gran Bretaña y España (países con gran población extranjera).

Lo que nos lleva directamente a pensar que Arturo es una categoría flexible debido a la situación tan cambiante del mundo. Como mexicanos reconocemos una figura muy peculiar, y más con las dudosas elecciones del 2006.

La tarea impostergable

Los personajes que desfilaron en nuestras cartas sólo son pequeñas ramas de un entramado complejo de ideas, visiones y posturas que componen al mundo. Hemos tratado de dar voz a algunos, escenificados bajo nombres, personalidades y actitudes que creemos son las más indicadas. Probablemente caeremos en arbitrariedades, pero es un permiso que nos apropiamos cuando decidimos escribir esta serie de cartas. Y si te digo esto es porque sé que hemos dejado fuera muchos personajes que son imprescindibles para entender las sociedades contemporáneas.

Probablemente después vendrán otros. Por hoy es todo.

Un saludo.

Juan M. Fernández Chico
Ciudad Juárez, Chihuahua, México a 23 Julio 2007.


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